sábado, 18 de octubre de 2008

Reciente historia económica española y recetas para salir reforzados de esta crisis

Propongo ahora que hagamos un somero repaso de nuestra historia económica más reciente con el objetivo de analizar los aspectos positivos y negativos de la misma y poder extraer conclusiones que nos permitan elegir y tomar algunas medidas frente a la actual crisis y para poder ser más competitivos de cara al futuro.

La entrada de España en la Comunidad Económica Europea (CEE) -predecesora de la Unión Europea (UE)- el 1 de enero de 1.986 fortaleció el impulso económico iniciado en los años anteriores (Pactos de la Moncloa y primer gobierno del PSOE a partir de 1.982). La entrada requirió que el país abriera su economía, con un fuerte incremento de la inversión extranjera en España y un impulso modernizador de nuestras empresas con la competencia exterior. También se produjo un incremento de las inversiones públicas en infraestructuras entre las que se encontraban las relativas a los fastos del ‘92 (Olimpiadas de Barcelona y Exposición Universal de Sevilla). Se produjo un tirón del consumo motivado por un efecto de enriquecimiento provocado por la subida de la Bolsa y del valor de los inmuebles. Con esto, España aceleró el crecimiento de su Producto Interior Bruto (PIB), redujo la deuda pública, redujo la tasa de desempleo del 23% al 15% en 3 años y redujo la inflación por debajo del 3%. Los retos más importantes para la economía española incluían la reducción del déficit público, una mayor reducción de la tasa de desempleo, la reforma de las leyes laborales, la reducción de la inflación, el aumento del rendimiento y la productividad, y el aumento del PIB per cápita.

Después del gran crecimiento experimentado a finales de los ochenta, la economía española entró en recesión a mediados del año 1.992. Desde 1.992 la política económica estuvo marcada por los Acuerdos de Maastricht dirigidos a la instauración del euro como moneda común de la Unión Europea lo que implicaba una serie de medidas encaminadas hacia el control de la inflación y del déficit público.

La devaluación de la peseta a lo largo de los años noventa hizo más competitivas las exportaciones, pero la fuerza del euro desde su adopción en 2.002 (y la bajada del dólar) plantearon algunos problemas a nuestras exportaciones que se han visto compensados, en cierta manera, por la facilidad del comercio entre los países de la zona euro y las nuevas relaciones de España con Iberoamérica y Asia. Aún así, nuestro déficit exterior es enorme (solo superado por el americano) y supone una merma de aproximadamente el 10% de nuestro PIB.

Las aportaciones de capital de la UE, que han contribuido significativamente al crecimiento económico español desde la incorporación a la CEE, han comenzado a decrecer considerablemente en estos últimos años, debido a los efectos de la ampliación de la Unión. Por una parte, los fondos agrícolas de la Política agrícola común de la Unión Europea (PAC) se reparten entre más países (los países incorporados del este de Europa tienen un sector agrícola significativo), por otra, los fondos de cohesión y estructurales han disminuido inevitablemente debido al éxito económico español (ya que su renta ha progresado fuertemente en términos absolutos) y a que la incorporación de países de menor renta hacen disminuir la media de renta de modo tal que regiones deprimidas españolas han pasado a estar en la media europea o incluso encima de ella.

En todo caso, y teniendo en cuenta lo anteriormente expuesto, la economía española se recuperó a partir de 1.995, conducida por un aumento de la confianza de los consumidores y un aumento del consumo privado. Tanto la vivienda como el turismo han tenido un protagonismo importante en el crecimiento de la economía española en los últimos años con incrementos anuales del PIB superiores al 3%. Por otro lado el paro se ha reducido notablemente (del 20% al 8% en 2.007) y se ha mejorado en convergencia de renta con los países de la Unión Europea.

Y llegamos a la segunda mitad del 2.007 donde empieza a estallar la “burbuja inmobiliaria” española ayudada por el incremento de la inflación (forzado por la subida de los precios del petróleo, las materias primas y los alimentos) y los problemas crediticios de la banca internacional (provocados en gran medida por la crisis “subprime” americana, la avaricia de los bancos y la negligencia de ciertos organismos reguladores, principalmente la Reserva Federal y el Banco Central Europeo). En ese momento empieza la desaceleración y nos encontramos muy rápidamente con el final de un ciclo...

En 2.008 las cosas han seguido empeorando y en este momento nos encontramos en una situación muy preocupante en la que nos encontramos a día de hoy con una España en recesión (o casi). La aceleración del deterioro económico se manifiesta en todos los indicadores desde el lado de la demanda, pero es especialmente intensa en el caso del consumo de las familias, como pone de manifiesto continuamente el Instituto Nacional de Estadística (INE) (1): se desploman las ventas del comercio al por menor -lo que pone de relieve hasta que punto el efecto combinado del aumento del desempleo y del alza de los precios está socavando la capacidad de gasto de los hogares. No se trata de un dato aislado, sino que es coherente con lo que ha sucedido en los últimos meses. El descenso más acusado se concentra en los bienes destinados al equipamiento del hogar. La caída de la demanda no sólo afecta al comercio minorista, cuyo margen de maniobra es menor para afrontar un escenario de ralentización económica, sino también a las ventas de las grandes superficies, lo que pone de relieve el empeoramiento del consumo doméstico. El hecho de que los hogares consuman menos es crucial desde el punto de vista macroeconómico, toda vez que el gasto de las familias representa alrededor del 60% del PIB desde el lado de la demanda.

La caída del consumo viene siendo advertida desde hace meses por los indicadores adelantados, que reflejan un dramático deterioro de la confianza de los consumidores en el fututo de la economía. Tres factores, al menos, influyen en el deterioro de las expectativas económicas –que es un indicador de la futura evolución del consumo-. En primer lugar, el alza de la inflación, que merma el poder adquisitivo de los salarios. Nos situamos ya en las tasas más elevada desde 1997, año en el que comenzó a publicarse el índice de Precios de Consumo Armonizado (IPC). En segundo lugar, la caída del consumo tiene que ver con el aumento de los tipos de interés, lo que socava el poder adquisitivo de las familias, sobre todo en un país como España, donde el endeudamiento (principalmente para adquisición de viviendas) representa nada menos que el 130% de la renta disponible de las familias. Y mientras tanto el Euribor (tipo de interés oficial de referencia más utilizado para préstamos en España) sigue subiendo. Y en tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, el empleo se está deteriorando de forma acelerada.

En una anterior entrada titulada “Multiculturalismo” (3 de octubre de 2.008) hablaba sobre el aburguesamiento de la sociedad española al creerse rica (o medianamente pudiente). En esta crisis que nos engulle existen causas endógenas -como las que acabo de mencionar- y exógenas -subida de los precios del petróleo, las materias primas y los alimentos; crisis “subprime” americana y crediticia/financiera global; etc.-. Mi pregunta ahora es si queremos salir de esta crisis en uno o dos años, o deberemos esperar diez años para lograrlo. En mi humilde opinión, las recetas para superar esta crisis lo más rápidamente posible son -aparte de los poco eficaces parches keynesianos que intenta poner el gobierno a través de su política fiscal o los macro-planes de rescate por si quiebra alguna institución financiera- optar por el rigor económico, por purgar los excesos, por limitar el gasto público y por poner el énfasis en la mejora de la productividad con más dosis de libertad económica y con reformas que liberalicen aún más el mercado del trabajo, el del suelo, el de las telecomunicaciones y el de la energía. También se debe reducir la burocracia y aumentar significativamente la inversión en I+D+i tanto pública como privada y mejorar sustancialmente la educación y la formación. De esta manera cambiaríamos el modelo de crecimiento (que hasta ahora ha estado basado en el ladrillo, en los servicios de bajo valor añadido típicos de nuestro turismo, y en el desaforado crédito y excesivo consumo) y saldríamos reforzados de esta fase negativa del ciclo con una economía mejor equipada para competir en los mercados globales.

Todas estas medidas requieren voluntad política y algunos sacrificios por parte de la ciudadanía, pero en el medio y largo plazo serían beneficiosos para el conjunto de la sociedad y de nuestra economía. El futuro del país depende de asuntos trascendentales como una buena política económica: un mercado doméstico único, un sistema laboral mucho más flexible, una completa liberalización del comercio, unos impuestos más bajos, unas reglas del juego más claras para pelear y competir, un sistema judicial rápido y eficiente… Sin estas reformas estamos abocados al fracaso como nación y a un creciente empeoramiento de nuestro nivel de vida como ciudadanos. Ya es hora de tomar medidas.

(1) Instituto Nacional de Estadística (INE):


http://www.ine.es/