viernes, 3 de octubre de 2008

Multiculturalismo

Hace poco una amiga portuguesa me preguntaba mi opinión sobre este asunto. Según entiendo que apunta en su blog (1) la mezcla de culturas que ya se da en nuestros países nos avoca a dicho multiculturalismo y de nada sirve hablar ahora –y menos en el futuro- de una identidad común nacional. Al fin y al cabo, todos somos ya multiculturales, todos somos un gran mosaico.

A mi entender el multiculturalismo es -en líneas generales- un fenómeno positivo, imparable debido a la globalización y muy enriquecedor: la mezcla de personas de distinta procedencia nos descubren nuevas culturas; la diversidad trae nuevas ideas y nuevas maneras de pensar que nos proponen nuevos horizontes; se trata sin duda de una fuente de energía social muy potente que –en gran parte de los casos- contribuye al bienestar colectivo.

Hasta aquí lo positivo. En cuanto a lo negativo, la convivencia cultural no es fácil y existen una serie de cuestiones que, desde un punto de vista socio-político, debemos tener en cuenta e intentar resolver: ¿Cómo construir sociedades que sean realmente pluralistas y al mismo tiempo compartan un sentimiento de pertenencia? ¿Qué pueden hacer los Estados para ayudar a las distintas comunidades culturales a convivir como (o dentro de) una comunidad nacional sin que se produzcan fricciones sociales? ¿Son eficaces las políticas y prácticas actuales para preservar la diversidad cultural al tiempo que promueven actitudes y valores que alienten y fomenten el respeto mutuo? ¿Cómo deben evolucionar las políticas y las instituciones para ajustarse más a las necesidades de las distintas sociedades? ¿Cabe definir la identidad nacional de manera que todas las comunidades pueden identificarse con el país y con su autodefinición? Como podéis comprobar, se trata de cuestiones de gran calado.

A mi entender, la mejor manera de solventar estos problemas es que se estableciesen políticas culturales en las que se contemple la diversidad étnica, así como la pluralidad de idiomas, ideologías y modos de vida. Existen muchas formas distintas de tomar este camino, y yo creo que el modo más duradero de hacerlo es crear un sentido de nación como comunidad cívica, arraigada en valores compartidos por todos los elementos de la sociedad nacional. Asimismo opino que -en nuestras sociedades española y portuguesa- esos valores deben ser los valores occidentales (democracia, libertad individual, seguridad jurídica, tolerancia, igualdad, estado de derecho, dignidad humana, imperio de la ley, derechos fundamentales básicos, etc.). Por tanto, creo que los que vienen de fuera se deben adaptar a la sociedad que les acoge (y a sus valores) y no viceversa.

Pero claro, vivimos en tiempos de relativismo y de lo políticamente correcto... y a veces parece que lo políticamente correcto es no decir nada a nadie sobre ningún asunto (aunque pensemos que no están obrando de la manera adecuada o correcta; aunque a todas luces y objetivamente no sea correcto) porque podríamos herir “sensibilidades”. Esto lo aplico tanto a la propia esencia de nuestra sociedad occidental (desgraciadamente postmoderna y relativista) como a nuestro trato con personas y organizaciones de otras culturas que están entre nosotros.

Confieso que mis opiniones no llegan a la radicalidad de Oriana Falacci (2) pero sí estoy de acuerdo
en que deberíamos al menos defender un poquito más nuestra cultura y valores occidentales. Ya sé que nuestra sociedad no es perfecta pero creo que es donde mejor y más libre puede vivir el ser humano… y digo esto sin orgullo ni prepotencia. Simplemente estoy convencido de ello (y he viajado algo por el mundo y he estudiado la mayor parte de los sistemas socio-políticos y culturales). No quiero parecer un etnocentrista, pero desgraciadamente parece que hoy en día debemos avergonzarnos de ser occidentales o de nuestros valores.

Bueno, la verdad es que esto no ocurre en todos los países occidentales pero sí en muchas partes de Europa, como en España. Aquí parece que queremos mucho trabajando poco y pretendemos ser felices sin esfuerzo alguno. En unos pocos años de relativo esfuerzo nos hicimos medianamente ricos –o al menos ligeramente pudientes- y después nos relajamos, nos aburguesamos y nos pusimos a echar la siesta confiando en el estado del bienestar. Pero hemos cometido algunos errores imperdonables como dejar de tener hijos, justo esos niños que cuando sean mayores y productivos se hagan cargo de nuestras facturas de la seguridad social. Parece que la solución ha sido la inmigración, pero no está muy claro que esto sea algo positivo en términos económicos a largo plazo y, aún peor, dicho fenómeno está generando algunos problemas de fricción social.

Por otro lado, una mezcla de complejo de culpa por nuestro pasado colonial (supuestamente lleno de horrores) y de un miedo atroz a ver en peligro nuestro nivel de vida alimenta un instinto reflejo que castiga nuestras señas de identidad, aborrece los valores que nos han forjado y se lanza a abrazar cualquier cultura, práctica o religión como igual o superior a las nuestras. Es decir, España (y Europa) se ha vuelto apaciguadora, relativista y multiculturalista (en el peor sentido de la palabra). Y no es por casualidad. La ética protestante que estuvo en el desarrollo del capitalismo en Europa ha dado paso a la cultura de la pereza y el concepto de sacrificio católico ha cedido ante el empuje del hedonismo. Y los europeos lo hemos celebrado alegremente. Mientras podíamos. Pero ahora vienen las vacas flacas y el mercado es lo que es: si no se trabaja, no se produce ni gana; y si no se genera riqueza, uno y la sociedad tiende inexorablemente a ser más pobre.

Pero, aunque todo está ligado, dejemos a la economía a un lado y volvamos a la ética y a la moral. Parece que en nuestra sociedad occidental también se ha instalado esa tendencia relativista que antes mencionaba, esa neutralidad moral que no nos conviene de ninguna manera como bien expresaba el líder tory David Cameron en fechas recientes cuando atacaba la “neutralidad moral” del Reino Unido y prometía "el fin de la cultura del algo por nada" (3).

Lo que intento decir es que yo me rebelo frente a ese relativismo que en definitiva supedita la valoración de los efectos a una interpretación maniquea de las causas. Siempre he pensado que existe una ética de la objetividad como baremo para interpretar lo que nos pasa. Por muy subjetivos que sean los caminos para acercarnos a los hechos, lo que está mal está mal independientemente de cualquier coartada ideológica o moral… y el sufrimiento humano que tales actos o decisiones conlleva siempre es eso: sufrimiento.

Por concluir, y volviendo al multiculturalismo, en mi opinión lo ideal sería una mezcla entre políticas multiculturales y pluralistas junto con otras asimilacionistas. Entiendo que esto es muy complicado de llevar a la práctica. Asimismo, no creo que el mundo esté aún en una posición de “choque de civilizaciones” como predijo Samuel Huntington ni parece cercano el “fin de la historia” de Francis Fukuyama (de hecho, parece que en estos momentos los ganadores se han convertido en perdedores). Tal vez mi pensamiento en estos temas se encuentre más cercano a las ideas de Bhikkhu Parekh (4).

Nos encontramos en momentos de cambio e incertidumbre, de riesgos pero también de oportunidades para el progreso de la Humanidad. Espero que prevalezca el sentido común y tomemos decisiones acertadas.

(1) Blog de Catari (ver entrada “EUROPE in Black and White”-Mayo 2008):


http://osnovosjornalistas.blogspot.com/

(2) Artículos de Oriana Fallacci:

http://www.elmundo.es/especiales/2001/09/internacional/ataqueusa/oriana.pdf

(3) Discurso de David Cameron:

http://www.telegraph.co.uk/news/newstopics/politics/conservative/2263705/David-Cameron-attacks-UK-'moral-neutrality'---full-text.html#continue

(4) Texto de Bhikkhu Parekh:

http://powerofculture.nl/uk/archive/commentary/parekh.html